mercredi 29 février 2012

FC Berlín

Ya se que todavía no he colgado nada relacionado con mi despedida de Barcelona o llegada a Berlín; también se que a la mayoría os importa tanto como que todas las mañanas a las 9h52 me tomo un zumo de naranja. El caso es que la actualidad manda. Prioridad a la información en caliente, como caliente tengo la oreja.  Porque una cosa es jugar al fútbol con el MOI, con artistas del balón que derrochan magia y parecen bailarinas sobre el terreno; otra cosa es jugar en Alemania. De ahí mi oreja caliente.

La primera particularidad de jugar aquí es que de camino al campo, los jugadores no se toman un Aquarius; se ventilan una cerveza isotónica. Una vez vestidos, abundan las camisetas del Bayern de Munich. Ningún Messi, Iniesta o Ronaldo. Solo dorsales impronunciables culminados por rubias melenas. Todos estos tiparracos y yo, ahí en medio; como una iglesia romana en pleno Manhattan. Cuando hablan entre ellos, me siento como un anciano que iba a por pan y se queda atrapado en medio de un tiroteo. Por suerte, siempre hay alguno que posa la pistola y me habla en inglés. Prometo que en un par de semanas, yo también seré parte del tiroteo.

Una vez el balón en juego, empieza lo bueno. O eso creo hasta que empiezan a jugar con las paredes. Os acordáis del mítico videojuego Fifa98, en el que se jugaba en un pabellón y donde se podían utilizar las paredes? Pues así juegan. No me sorprende que Alemania no de una contra España en campos normales. 
Sin embargo a mi me la meten doblada una vez sí, y otra también. Acabo mareado. Pero lo más evidente es la diferencia de estilo entre alemanes y latinos (entiéndase aquí, Latino América, España, Portugal, etc). En mis partidos en Barcelona, una caricia era considerado falta y se dramatizaba. Aquí, que choquen contra ti y te manden un viaje de cinco metros es lo más normal del mundo. Hoy me tocaron dos manotazos que me dejaron viendo Lina Morgan bailando el Danza Kuduro. De ahí que todavía tenga la oreja caliente. Aquí, hay menos bicicletas, taconazos o, como dirían nuestros abuelos, "mariconadas". En Alemania hay más esfuerzo, más entrega y más músculo. Pero cabe resaltar que todo siempre desde el buen rollo y el respeto. Compararía el fútbol alemán al rugby, menos técnico pero más noble.

Pongo esta foto para que podáis entender lo de las paredes


Así que ya solo me queda aprender a jugar con las paredes, engordar 15 kilos, crecer 20 centímetros y hablar alemán. Claro, al no saber el idioma, resulta difícil gritar para indicar algo o pedir la pelota. Con la excitación del momento y la empanada de idiomas que se monta en mis cuerdas vocales, acabo soltando gritos absurdos de groupie de Justin Bieber. 

Mañana despertaré sin agujetas pero con hematomas, así de dura es la vida en esta parte del telón de acero.


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jeudi 23 février 2012

We Are Survivors

Creo que fue amy McDonald la que escribió la canción “This Is The Life” en un autobús, volviendo de un concierto de Pete Doherty. Yo no he escrito ninguna canción volviendo del concierto de Justice. Primero porque hubiera sido una falta de respeto a los cuatro alemanes y dos franceses que me acompañaron de vuelta; segundo porque… me temblaría demasiado el pulso como para escribir cualquier verso.
Resulta gracioso que durante el día, para rellenar mi formulario de impuestos, el funcionario me preguntara “eres católico?”; le contesté negativamente ya que de esta manera, me ahorro unos euros en impuestos. Unas horas más tarde, estaría idolatrando el crucifijo iluminado situado entre 18 amplificadores. 





En dos semanas, no he podido encontrar nadie que me acompañara al concierto. Se ve que en Alemania, Justice no tiene el mismo tirón que en otros países. En el metro veo las primeras chupas de cuero, las camisetas con el crucifijo y una interesante mezcla de hipsters, rockers, y algún que otro berliner. La sala es compacta y el aforro bastante limitado, con lo que en nada me hallo enlatado entre tiparracos germanos y británicos. Cada X minuto, la sala entera entona el “We Are Your Friends, You’ll never be alone again”. Y entra DJ Pone, líder de Birdy Nam Nam. Primera sorpresa, no me esperaba un telonero de semejante calibre. Encadena temazo tras temazo con ese estilo tan “sophistiqué” que tienen los gabachos para mezclar. El público no se da cuenta de que esto es solo el aperitivo, lo da todo. A los 50 minutos, el telonero se va; respiramos un rato. A esta hora, los empujones y pisotones todavía reciben miradas asesinas. A esta hora, porque en un rato serán parte del show.

Y el show empieza cuando se levanta el telón y vemos la enorme mesa de mezclas con el, más enorme todavía, crucifijo iluminado símbolo de Justice. Entran los dos franceses, arrancan con Genesis y empieza la locura general. Las personas que había empezado a conocer hace un rato han desaparecido de mi vista. Estoy en la parte derecha del escenario, luego en la izquierda, delante, detrás. Los temas de sus dos discos se mezclan en armonía perfecta (bandas como Kings of Leon podrían tomar buena nota). Los pogos empiezan. Visto el tamaño de los mozos ahí metidos, decido no meterme demasiado; no vaya a ser que la noche acabe en el hospital. Pero llega la canción Stress. Su sonido tan peculiar empieza de muy lejos, lo que hace subir la excitación poco a poco. La tierra empieza a temblar, los focos toman un tono rojizo, anunciando una explosión cercana. El sonido estridente y paranoico va creciendo. Decido guardar mi cámara, entramos en territorio peligroso. Me pongo mi capucha (en honor al MOI) y allá voy: a la zona roja, la “death strip” del muro de Berlin está hoy en la Columbia Halle. Y explota la canción, la histeria se apodera de todos y cada uno de nosotros. Quién necesita alcohol u otras substancias cuando los amplificadores te meten por los oídos lo que nunca te meterás por las venas. A una chica se le ha caído el iPhone al suelo: “pues mira hija, le darás una alegría a Steve Jobs comprándote otro porque aquí, no encontrarás ni tu tarjeta SIM”.

Vuelven para un encore y concluyen con Phantom II y We Are Your Friends. La traca final que Rita Barberá nunca tendrá para Fallas. Mis tímpanos sienten como miles de cuerdas vocales se desgarran con el “oh come oooon!!!”. Y se hace la luz. A mi alrededor, caras alucinadas, frentes chorreando y alguna que otra gota de sangre. Pero sobre todo sonrisas. El público parece estar feliz de haber sobrevivido a esto. La sala se vacía a buen ritmo y el metro se llena aún más rápido. Ahí comento con unos y otros lo qué nos pareció el concierto. 


Para mí, fue el concierto número 114; Justice entra de cabeza al top5, necesitaré unos días para decidir en qué posición concreta. Llego a casa y todavía me pitan los oídos, mi ropa huele a sudor ajeno –maniáticos, abstenerse-. Me encuentro a mis compañeros de piso, no conocen a Justice. Me preguntan qué tal el concierto y solo les comento “bien bien, normal”. No me salen las palabras por la boca, me salen por las manos. Por eso escribo esto. ¿Y si como Amy McDonald estoy escribiendo una canción volviendo de un concierto? Quien sabe. Uno de los versos podría ser el siguiente: “hijo, cuando muera quiero un crucifijo sobre mi tumba, porque he sobrevivido a un concierto de Justice”. Amen.


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