dimanche 21 novembre 2010

Del museo a la biblioteca

Por qué cada vez que decido ir a la biblioteca, la crème de la crème de las musas barcelonesas deciden lo mismo. Me vengo a la biblioteca para poder centrarme en mi trabajo: huyo de los llantos apocalípticos del hijo de mi vecino, de la televisión a todo volumen en el salón, de las idas y venidas del camión de la basura bajo mi ventana, de mis idas y venidas a la nevera en busca de unas calorías que harán pasar el tiempo. Vengo aquí en busca de paz y ambiente estudioso.

Y qué me encuentro? Una pasarela Victoria Secret a 60 centímetros de mis apuntes sobre Naciones Unidas. Me siento como un niño Egipcio mirando los barcos pasar por el Canal de Suez. Al final de la perspectiva se encuentra un mundo mejor. Intento centrarme. Me toca analizar un informe sobre la cárcel de Guantánamo. Pero como hacerlo cuando todo, incluso los juicios ilegales y las torturas, se convierten en escenas obscenas. Ni falta hace comentar que los demás estudiantes sentados a mí alrededor me ven como un completo degenerado. Cada 14 segundos, levanto la cabeza simulando una profunda búsqueda de inspiración. Tic, toc, tic, toc. Cada 14 segundos, mis ojos se desvían atraídos por el son de unos tacones altos; como una cobra ante un encantador de serpientes.

En las discotecas, no hay nada peor que situarse en la zona de tránsito entre la pista y los baños. En una biblioteca, no hay mayor bendición –o castigo desde el punto de vista académico-. Porque en estas condiciones, dudo bastante de mi productividad; ya que todo este vaivén angelical me ha llevado a abrir una nueva página de Word y escribir esto. De todo, menos Guantánamo.


Ps: al final he conseguido acabar mi trabajo, pero más me vale echarle un vistazo más tarde en la soledad monacal de mi habitación; no vaya a ser que mi ensayo se haya convertido en un cutre guión de película por no decir de largometraje no apto para todos los públicos.

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vendredi 19 novembre 2010

Barcelona es un museo

Hacía mucho que no me daba un paseo nocturno por Barcelona. Hoy me he regalado esta visita al museo más grande de la ciudad: sus calles. Me quito los cascos para poder escuchar la cacofonía de la ciudad: el sonido metálico de un Bicing agonizante, el acelerón de un Audi Q7 cuando la diagonal se convierte en circuito urbano, el insulto de un taxista, el catalán bourgeois de dos chicas saliendo de Gucci, etc. Destacaría dos momentos de dicho paseo. Bueno, tres: Hermes es la “boutique” con protección anti atraco más elegante de todo Barna.

El primer momento. Me dispongo a cruzar Gran Vía por Passeig de Gracia. Estoy esperando que el semáforo pasara al verde cuando de repente se paran a mi altura tres chicos. De entre 25 y 30 años, los tres van de etiqueta. Smoking y repeinados. Todos cargan con fundas de instrumentos. Probablemente acaban de tocar en alguna sala cercana. Me inclino un poco y veo que los tres llevan una cerveza verde en sus respectivas manos. Uno de ellos la levanta y brinda con sus compañeros. En un perfecto inglés pero con cierto aroma eslavo, declara con satisfacción “señores, salud”. El semáforo está verde y allí se van. Me quedo un instante parado y me quedo pensando “qué señores, bravó!”. Músicos clásicos con la satisfacción del deber cumplido pintada en sus caras y compartiendo un merecido premio con sabor a malta.


Unas manzanas más al sur, paso por delante del edificio de Caja Madrid en plaza Catalunya. Veo una gran cantidad de personas sin fortuna esperando. Estas personas están acostumbradas a esperar, pero suelen esperar con la mirada perdida, sin objetivo, sin nada que esperar del tiempo ni de la vida. Pero aquí, esperan con un brillo en los ojos. Aguardan en fila, disciplinados pero con cierta excitación. Me pregunto qué pueden estar esperando. Remonto la cola y a la cabeza de esta, veo tres personas con bolsas de plástico. Reparten paquetes de aluminio; reparten bocadillos. Por lo visto no es algo puntual, se nota que entre los desafortunados de bolsillo y afortunados de corazón hay una relación ya duradera. Por segunda vez esta noche, “bravó”.


En estos días en los que estoy inmerso en el estudio de los fundamentos, las artimañas y los excesos del capitalismo más frío y despiadado, no está de más darse con este tipo de escenas.


Por que un paseo por Barcelona vale más que una entrada a Port Aventura. Cuánto lo echaba de menos.

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