dimanche 29 août 2010

Día 8 : Cádavo - Lugo [35km]

Si ayer estaba dispuesto a nadar hasta NY, hoy apenas consigo cepillarme los dientes. El inicio de etapa es horrible. Ayer cometí un grave error: cenar demasiado e irme a dormir enseguida. Esta mañana mi estomago parece salido del Dragon Khan.

El recorrido empieza con una cuesta, no demasiado fuerte pero a esta hora y sin calentar, es una penitencia. Adelanto a gente, pero no con la facilidad de otros días. Los senderos llanos me distraen y me hacen perder el ritmo. Una vez adelantados los húngaros, sé que voy segundo –este camino me recuerda mucho Pekín Express-. Hoy, hasta la música no me ayuda.

Así me siento yo hoy

Los últimos kilómetros se hacen muy largos: asfalto y zona urbana. Por fin llego a Lugo, tercero. Uno de los Superman está delante de mí, pero en ningún momento me ha adelantado. Aquí huele a autostop. Bueno, en Pekín Express lo permiten. El albergue es uno de los peores hasta la fecha. La limpieza es del siglo pasado, las duchas me recuerdan las de mi antiguo club de fútbol y no hay comedor. Quiero precisar que no es una queja, es una constatación. He visto pelegrinos quejarse ante el hospitalero. Deberían de agradecerlo. El y Lugo, por poner a nuestra disposición un techo en pleno centro. Hasta ahora no he visto a la Igartiburu anunciar que esto es un Sol Meliá. Los que se quejan –que luego son los que dejan sus restos de pan Bimbo esparcido por toda la cocina- me provocan nauseas. Cuánta bilis hay hoy en este resumen!

Salgo para ir a comer. Aprovecho para hacer algo de turismo. Los nuevos caminantes me preguntan que cómo puedo sacar fuerzas para pasear por la ciudad después de ocho días de recorrido. En realidad, cuanto más los días pasan, más nuestro cuerpo entra en una dinámica en la cual caminar, se convierte en un acto mecánico inconsciente; como respirar. Las agujetas ya solo son un oscuro recuerdo de los inicios. El casco viejo de Lugo es sorprendente. Dentro de la muralla romana, se encuentra una ciudad de piedra con un incalculable número de calles estrechas. Cada una con su encanto. La nota negativa la pone el restaurante al que voy. Un timo atrapaturistas. Vale que no sea un gourmet, pero aún tengo las papillas gustativas activas como para saber cuando la comida es mala. Y esta, era muy mala. En Lugo, evitar el restaurante “El Museo”; ya queda grabado de por vida. No tengo ninguna gana de quejarme. Además, el vino me tiene medio dormido.

Tras una pequeña siesta, charlo aquí y allí con los demás pelegrinos. La conversación más larga e interesante es con Patricia –mi compañera en la etapa de ayer-. Conversamos sobre antropología y periodismo. Un rato después, se une a nosotros un chico de 17 años. Este se presenta como “anarco-comunista”, casi nada. Me suelen parecer monos los adolescentes utopistas y soñadores –valga la redundancia-. Pero lo mejor, es desmontar sus teorías extremistas con un par de argumentos racionales. Como cuando estás a punto de acabar un castillo de naipes y tu padre, sin prestar atención al brillo en tus ojos y con un gesto frío, te lo destroza todo porque debajo se encuentra el periódico. Copón, ya veo que no lo tengo superado. Marca, te odio por ello.

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