Por fin, estoy bien instalado. Mi medio litro de Colacao caliente está a punto de llegar. Merecido; la etapa de hoy ha sido titánica. Incluso he percibido mis límites físicos. Otra vez dos etapas en una, pero estas eran las dos etapas más duras del recorrido. Han sido 42km y dos puertos que coronar.
Esta mañana, uno de los Superman me comunicó su intención de realizar la etapa conmigo. Explicación: los Superman son tres hombres de entre 45 y 65 años para quien el Camino es una carrera. Tienen mucha experiencia en senderismo y por lo tanto, buen ritmo. Pero su afán de protagonismo y soberbia se me quedan atragantados.
El anuncio del Superman rebaja un poco mi moral. Una de las reglas no escritas del Camino de Santiago es “más vale caminar solo que mal acompañado”. Tengo que deshacerme de él! Arrancamos de noche y directamente impongo un ritmo elevado. Adelantamos a todo el mundo salvo los dos otros Superman; habían iniciado la etapa tres kilómetros más adelante. Decidido a escaparme, lanzo mi primer ataque en una cuesta. Lo que por entonces no sé, es que se trata del temido Alto del Palo -600metros de desnivel en 2km de distancia, una media del 30%-. Una vez llegado arriba estoy sin aire pero contento de ver que el Super se ha quedado atrás. Un poco de asfalto en falso llano y llega el drama. Nos desviamos a la derecha por un camino que sigue subiendo; y de qué manera! En realidad, solo estamos a la mitad del ascenso, lo peor está por llegar. Cada vez me cuesta más levantar mis pies y respirar. Me adelantan y me distancian. Creo que estoy experimentando lo que se llama “pájara”. Llegado a la cumbre, me parece que estoy en la luna. Todo desértico, todo gris, ni un ruido y mucho frio. Un paisaje aterrador.
Por suerte para mí, enseguida llega la bajada. Definitivamente, es lo mío. Debe de ser la inconsciencia que me otorgan mis 23 años, pero bajando, soy un “cobete”. En unos cientos de metros, alcanzo todos los Superman y los dejo atrás. En Berducedo, una aldea habitada por vacas –en serio, es los único vivo que he visto- me pierdo. Camino unos quince minutos en mala dirección hasta darme cuenta de ello. Me siento como cuando descargo una serie, tarda mil y al final me doy cuenta de que es un capitulo antiguo. Copón qué frustración! Estoy de vuelta en el Camino y un par de kilómetros más adelante, me paro a comer en “La Mesa” –no es un chiste malo, es el nombre del pueblo-. Mientras estoy tirado en un portal, comiendo mi bocata, un perro se sienta delante de mí y me mira estoicamente. Al chucho le bautizo –con tres gotas de Aquarius- con el nombre Kriptonita y arranco. Unos minutos más tarde, doy con los Superman comiendo. WTF?! Probablemente me hayan adelantado mientras hacía el extra por Berducedo. Uno de ellos me escupe “No se puede ir así a lo loco”. Yo le grito “a mí los consejos solo me los da Google” –bueno, lo pensé, no lo dije-. Mi única respuesta: sacar el iPod y caminar como Chimo Bayo dirigiéndose a Escorpia.
Casi sin darme cuenta gracias a Strokes, Chemical Brothers y The Clash, encumbro el último puerto de hoy. Las vistas sobre el embalse de Salime son magnificas. Quedan 18 kilómetros y doce de bajada por un pinar. En el descenso, mis rodillas me mandan un aviso; la verdad es que estoy cargando todo el esfuerzo sobre ellas. Una vez llegado al embalse, ya “solo” quedan seis kilómetros de subida hacia Grandas, punto final de la etapa. Bajo un sol de justicia y sobre un alquitrán abrasivo, la planta de mis pies están listas para echarle unos huevos y freírlos.
Llego a Grandas extenuado. El hospitalero me anuncia que ya no queda sitio en el albergue. Bueno, me había preparado mentalmente para ello. Llamo a un albergue privado que se encuentra en Castro, cinco kilómetros más adelante. Quedan camas, hago la reserva. Son cinco mil metros más pero al tener una cama asegurada, me lo tomaré como un largo paseo. En Grandas me paro para meterme una dosis de azúcar y Aquarius. A las cuatro de la tarde llego a Castro. El lugar es muy acogedor. Se trata de una antigua granja reformada rodeada de campos llenos de rubias rumiantes, un paraíso. Los hospitaleros –de mi edad- son muy amables y disponibles para ayudar. Además son viejos Erasmus y eso, siempre toca la fibra sentimental. Somos una gran familia.
Tengo que acabar ya este resumen si no mi Colacao va a enfriar. Mañana, etapa corta. Cruzo los dedos para que mis ampollas se queden agazapadas allí donde están. Ahí veo a la canadiense, voy a preguntarle si es verdad que en su país, le tienen miedo a la oscuridad (ref a How I Met Your Mother).
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