Primera etapa de concluida y mis piernas aún chispean. Son las 20h y me esfuerzo para no irme a dormir.
El inicio de la etapa fue de lo más complicado. Necesité casi dos horas para salir de Oviedo. Las numerosas obras, las malas indicaciones y los ciudadanos poco cooperativos, me retuvieron hasta las 12h30! Si quiero encontrar una cama para esta noche, más me vale acelerar. Por fin, las aceras dieron paso a los senderos y los coches a los tractores. Me adentro en la Asturias más verde; la capital ovetense se queda a mi espalda. Lo positivo es que me encuentro con otros pelegrinos y adelante a estos. Las aldeas se suceden casi sin que me dé cuenta. Espero que este ritmo que llevo no me mande la factura mañana. El físico pocas veces acepta el pago a plazos.
Al final son casi 30 kilometros y sinceramente, veo mal como una etapa podrá ser más dura: 34° a las cinco de la tarde. En teoría la etapa finaliza en Grado, pero el albergue está situado tres kilómetros más adelante; en Villapañada. El problema es que esta, es una aldea sin ningún servicio con lo cual, debo realizar mis compras en Grado. Compro algo de pan, Coca-Cola y alimentos supernutritivos (valga la ironía) para la cena. Lo que ninguna guía notificó, es que los tres kilómetros que separan el albergue de Grado, son directamente sacados del infierno de Dante! Subidas viciosas y brutales. Creo que se acabó la penitencia, giro y más subida. El peso de mi mochila me aplasta, ya no sé con qué mano llevar la bolsa del Dia y empiezo a preocuparme de verdad por mi cama de esta noche.
Llego al albergue. Una antigua escuela rural convertida en refugio. Es mi primera noche, así que no sé cómo funcionan estos sitios. Un caminante me indica que simplemente debo dejar mi mochila sobre una cama libre y ya está. Bien! Tengo cama para esta noche! Quedan tres cuando llego, tengo suerte. Una quincena de literas forman el dormitorio, esta noche toca concierto de instrumentos de viento. Algo aquí me recuerda un campo de concentración; no sé si es la disposición de las literas o el hecho de ver siluetas moverse en la penumbra como si fueran sombras huerfanas de cuerpo. El resto del albergue está muy bien pese a la humildad del local. Duchas y nevera, un pelegrino no necesita más.
Me sorprende el estado de mis pies. Retiro mis calcetines como se retira la tapa de un Camembert que lleva meses en el armario: esperando una sinfonía de colores y olores salidos del averno. Finalmente, nada. Mi primer par de calcetines (siempre llevo dos) está tatuado a mis pies pero no hay señal de ampollas o rozaduras. Me sorprende aún más cuando veo los pies de los demás. Las ampollas son del tamaño de Cuenca y apenas pueden caminar. Al fin y al cabo, mi estado general es bastante bueno. Hago unos estiramientos –qué haría sin Saber Vivir?- y estoy listo para dormir.
Es interesante ver la evolución de la etapa a nivel mental. Al principio, mientras buscaba las puertas de Oviedo, empezaba a entrever las puertas de mi paciencia. Estaba de los nervios. Mi Casio se mofaba de mí enseñándome los minutos que pasaban mientras yo, seguía dando vueltas en ese laberinto de hormigoneras y vallas. La motivación volvió cuando empecé a entender el sistema de indicaciones para pelegrinos. Cuando el sol hacía justicia en plena tarde, mi iPod me propuso los Bloody Beetroots. Ok, a lo mejor no es la música idónea para disfrutar de paisajes, pero es lo más para alcanzar un ritmo brutal. Para acabar, experimento la extrema fatiga –similar al estado de ebriedad- y el miedo a no tener cama. Primer día bastante completo, tanto a nivel físico como mental.
Cruzo los dedos para que los próximos días, el relieve no sea tan duro conmigo. Pese a eso, soy bastante optimista para el futuro. Incluso me planteo hacer, mañana, etapa y media. El recorrido previsto es de 19km pero saliendo pronto, no creo que diez kilómetros más me maten. En todo caso, lo único que quiero ahora es dormir; si los lobos me lo permiten, claro.
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