No, no hay ningún error en el título. Han sido 70km en una sola etapa. Como más de dos vueltas a la M30 madrileña. Y no estaba previsto. La idea, era llegar a Arzúa, al día siguiente a Pedrouzo para finalmente llegar el sábado a Santiago. Caminar 40 o 50km nos parecía una empresa casi imposible; llegar a Santiago del tirón: Una dilatada utopía.
Por la mañana, me resulta muy difícil despertarme. Es lo que pasa con los albergues cinco estrellas. Me quedaría un par de semanas pero a las 5h30, ya estoy delante de mi vaso de agua y mi rebanada de pan reseco. Como siempre últimamente, me cuesta mucho iniciar la andadura. No tengo ni idea de donde dormiré esta noche, mis energías son como un perfume que se acaba, mis zapatillas empiezan a ceder por todas partes. Total, si esta mañana hubiese tenido a disposición una hoja de reclamaciones, habría tenido para completar una saga.
Camino con Patricia. No para de hablar pero mi cerebro aún no ha encontrado el interruptor social. Me siento borde y me arrepiento de ello. Pero es que en ese momento, solo me preocupa lo que haré esta noche. La idea de caminar hasta más no poder y dormir donde sea, crece. Mi árido moral no es ayudado por el Camino: paisaje urbano, asfalto, desviaciones kilométricas, etc. El primer pueblo, Melide, parece situarse a 20000 años luz.
Como explicado ayer, en Melide se encuentran tres Caminos diferentes. El Francés (el más popular), el del Norte y el Primitivo (el que hago). A partir de aquí, hay que regatear como Djalminha para adelantar a los demás pelegrinos. Ya no se puede intercambiar algunas palabras con los caminantes que se van alcanzando, son demasiados. Demasiados e insoportables. Les llamo “Fakes”. Grupos de personas que han encontrado una forma barata de pasar una semana con los colegas. Lo peor, es que nos quitan las camas ya que no hay ninguna prioridad para los que viene de más lejos. Todo ello, hace brotar en mí las ganas de ir lo más lejos posible, sin importarme el sueño ni el cansancio. Paradójicamente, ver tanta gente en el Camino, me aporta una dosis extra de motivación. Estoy más positivo y más propenso a conversar. No sin sufrimiento llegamos a Arzúa, la ciudad del queso. Aquí era donde teníamos que parar hoy. El pueblo está a reventar de pelegrinos; un infierno. Nos sentamos a comer en el parque central. Es la una, podríamos llegar a Pedrouzo a las seis, sin prisas y sin pensar en lo que haremos después. Seguimos.
Eso sí, el gorro y las gafas de sol son dos elementos indispensables a la hora de caminar por la tarde. El Camino está prácticamente vacío. Imagino que todos los pelegrinos están disfrutando de una dulce siesta en una de esas camas que nos han robado. Malditos, ojalá los colchones estén llenos de piojos. Después de un par de kilómetros, nos sorprende el ritmo que llevamos. Empezamos a sopesar la idea de tirar hasta Santiago. Lo que esta mañana parecía una locura, es ahora un desafío. En ello, encontramos una nueva fuente de energía y excitación. Hasta entonces deambulábamos como zombis; ahora somos bravos guerreros. Llegaríamos a Santiago sobre las doce de la noche después de haber caminado 70km! Como diría Barney Stinson: “Challenge accepted!”
Llegados a Pedrouzo, nos dejamos llevar por la curiosidad y echamos un vistazo donde habríamos dormido. Un horror. Un polideportivo más parecido a un campamento de refugiados. Refugiados del botellón, ya que lo que más se oye, son los ruidos de botellas de cristal. La antítesis del Camino de Santiago.
« Ya solo » quedan 20km para Santiago. Rápidamente, llegamos al aeropuerto de la ciudad. Aprovechamos para rematar nuestras últimas botellas de Aquarius mirando los aviones despegar. Pensamos que lo más duro ya está hecho; todo lo contrario. Los últimos 12000 metros resultan interminables y angustiosos. Tenemos que atravesar zonas boscosas que, al caer la noche, tornan terroríficas.
Con el miedo en el cuerpo, llegamos a Monte do Gozo. El monte que domina Santiago. Por fin podemos ver la Catedral de Santiago; punto y final del Camino. Me duermo sobre una piedra. Patricia me despierta animándome para la recta final. Recta ? Sí, claro. El descenso es el purgatorio para la planta de los pies. En la capital gallega, cada variación urbana –aceras, escalones, semáforos, cambios de dirección- son como un paso más sobre la brasa. Tardamos casi cinco minutos para bajar unas escaleras, giramos a la derecha y ahí está, la impresionante Catedral de Santiago de Compostela. El Camino se acabó.
Debo admitir que en el momento, no siento nada particular. El cansancio es tal, las ganas de derrumbarme donde fuera tan cegadora, que creo que no realizo que todo se ha acabado. Supongo que mañana me daré cuenta de todo. Ahora, nos dirigimos al hostal. En la ducha, el agua que se escapa entre mis pies es negra; estoy a punto de dormirme bajo el chorro tibio de agua. Salgo, me abalanzo sobre mi cama y no me muevo más hasta ocho horas más tarde.
Wow... h hecho este camino y me flipa la dureza de esta etapa de 70 km y como lo cuentas. La verdad que tiene que ser un asco pasar por melide en verano este año, tomaste una valiente y sabia decision...
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