Brighton te da una vez que la dejas
Así de cruel es la implacable Albion
Y ya es demasiado tarde cuando lo realizas
Y ya es demasiado tarde cuando lo realizas
Esa es la experiencia que ha vivido Miss Brighton. Hace un par de meses, abandonó la ciudad costera para seguir descubriendo mundo. Su estancia en Sussex fue cuanto menos tormentosa. Llena de altos y bajos pero como siempre, el tiempo convierte el vaso medio vacío en su contrario.

Sentada en un banco del parque de su actual ciudad, mira a su alrededor con el sabor agridulce de la melancolía. Echa de menos el verde relajante de Preston Park en primavera; el amable y soleado invierno; el húmedo y abarrotado verano. Las subidas a Seven Dials, las bajadas al Seafront. Recuerda con nostalgia el crujir de las tablas del Pier, su olor a fish&chips; los ataques famélicos de sus gaviotas. Cuando se volvía a casa, siempre paseaba por las Lanes. Se había enamorado de su oscuridad salpicada por la tenue luz amarilla de sus farolas. A veces, para llegar más rápido, atajaba por los Victoria’s Garden. El césped mojado gemía entonces al ser pisoteado por unas Converse que previamente, Miss Brighton había comprado en Schutz por £35. No era muy dada a ese tipo de tiendas; le complacían más la búsqueda de chollos en Sydney Street o Kensington Garden. Además, el olor de Dirty Harry le recordaba la habitación de sus abuelos. Muchas veces, y si aún no eran las 9pm, se pasaba por el Sainsbury. Siempre le sorprendía la sonrisa de la cajera de turno. Hoy, cuando va al Mercadona, echa de menos el “Wanna ‘bag?” o “have you got the Nectar card?”. Tras pagar su Buy One Get One Free, descendía hacia el mosaico social de London Road. Como siempre, se encontraba con quinceañeras saliendo del Somerfield con su carrito lleno de Pampers; estudiantes en bici cargando su mochila repleta de pizzas del Iceland; o londoners dirigiéndose hacia la A23 para volver a casa en su Range Rover.
Aquí, lo único que escucha cuando va por la calle son coches y motos. En Brighton, las aceras se convertían en salas de conciertos. De los pub’s o casas provenía el retumbar de una batería, el estruendo de una guitarra, la maravillosa fragilidad de la música en directo. También recuerda el local de ensayo de sus vecinos, con sus paredes empapeladas con flyers, banderas y páginas recortadas del Vice.
Durante el día, se paseaba por Churchill Square sorteando las teens que salían de Boots o Topshop. Estas preparando su arsenal textil y químico para la noche. En cuanto el sol se durmiera tras la silueta de Portsmouth, se dirigirían en manada hacia Oceana. Alguna que otra vez, ella también gambeteo en ese sitio, pero Rihanna le ponía de los nervios. Miss Brighton se decantaba más por los miércoles NME de Coalition, los aires de bodega de The Arc o las orgías acústicas de Digital. Echa de menos también las botellas de Strongbow sobre la incómoda playa antes de entrar a dichos clubs. Pero no todo eran discotecas. Añora las pintas que empezaban donde el mundo se acaba, seguían con el King y la Queen y acababan en casa de unos Brightonians de la Uni. Tirados sobre la moqueta, cercados por botellas de gin, ella intentaba explicarles que hay vida más allá de los acantilados de Seven Sisters y ellos le enseñaban las bases del slang. También eran frecuentes los recuentos de brazaletes. Quién había participado a más y mejores festivales pero en cuanto los british pronunciaban “Glastonbury”, se daba por cerrada la discusión. Le entra morriña al recordar sus vueltas a casa tras una fiesta. Los punteos satánicos del Hobgoblin o el olor a Fosters en los debates de los benefits, aquellos pícaros de chándal y Reebok Classic reunidos en las escaleras de una casa victoriana.
Los días en los que se pagaba la factura de los excesos de la noche anterior, le gustaba reunirse en los bajos del Costa Café. Cruzaba lentamente el Pavilion Park donde un grupo tocaba, como casi siempre. Quedaba en Clock Tower; "sí, pero en qué esquina?!". Cuando rememora esos días, le vienen a la cabeza los domingos. El olor a Guiness de un partido en SkySport. El orgullo de un niño llevando la camiseta de un tercera; los kids volviendo del cricket con sus inmaculados trajes embadurnados de barro.
Y como no, echa de menos los encuentros mágicos en Snoopers Paradise, el encanto de Heist - y el de sus ofertas -, las fichas que siempre faltan en los juegos de mesa de las tabernas, las conversaciones de medianoche con el West Pier como candelabro y los inoportunos double deck.
Por todo esto, I MISS BRIGHTON
And Brighton miss you as well :-(
RépondreSupprimerand you are?
RépondreSupprimerMuy buena descripción de lo que es Brighton hoy por hoy! BRILLIANT!!!
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