Ya llegarán los resúmenes de navidades, noche vieja y demás esperas en aeropuertos. Pero lo que cuenta es la actualidad. Y hoy es 6 de enero. El cumpleaños de mi tía, sí. Pero para el resto de los mortales (cristianos y/o ibéricos) es, sobre todo, el día de Reyes.

Es un día especial. El único del año en el que siento especial cariño hacia esas criaturas no más altas que tres botellas de whisky apiladas. Flota un ambiente especial. Y eso desde ayer. Especial no por la lluvia que regó Barcelona -que ya de por sí es un hecho peculiar- sino por la cantidad de niños que correteaban por las calles del centro, por un instante convertidas en zonas peatonales. No sé quienes estaban más nerviosos; si padres o hijos. Los primeros tirando de experiencia y picaresca para recaudar un máximo de caramelos. Caramelos que luego no tendrán que comprar. Los segundos emulando a las mujeres de la tribu Kayan, estirando el cuello para poder ver a sus Reyes Magos. Algunos padres avispados ya venían equipados con una escalerilla.
Esto va a doler a más de uno; pero el caso es que la cabalgata barcelonesa fue cutre con "c" de "crisis". Ya he asistido a las dos grandes; la de Madrid y la de Barcelona. Gana la primera por goleada. Es lo que tienen las recalificaciones de terrenos a ojo, que las arcas del ayuntamiento da para carrozas Rolls-Royce y caramelos Mon Chéri. En Bcn eran tractores y los caramelos eran de los chinos.
Pero vayamos a lo que importa: los niños. Esta mañana no me han despertado ni los monos de mi patio, ni mi vecino pianista; lo hicieron los gritos y las risas de los hijos de la vecina. Debe de ser por el día que es hoy o porque, al fin y al cabo, soy una buena persona, pero esos ruidos no me han molestado. Incluso han dado a luz a una sincera sonrisa. Por la calle, se me cruzaban rapaces en bicicletas recién estrenadas. Balones del Barça recibían sus primeras patadas y coches teledirigidos fundían sus primeras pilas. Los ojos de esos enanos camuflados bajo bufandas, gorros y guantes transmitían una ilusión que nunca jamás volverán a encontrar.
Hoy es un día especial en el que a todos nos gustaría ser niño. En realidad todos lo somos tengamos la edad que tengamos. Lo único que distingue nuestro grado de infancia eterna, es la importancia que toman las barreras del mundo adulto en nuestra vida.
Todos somos niños, pero unos viven enjaulados y otros no.

Es un día especial. El único del año en el que siento especial cariño hacia esas criaturas no más altas que tres botellas de whisky apiladas. Flota un ambiente especial. Y eso desde ayer. Especial no por la lluvia que regó Barcelona -que ya de por sí es un hecho peculiar- sino por la cantidad de niños que correteaban por las calles del centro, por un instante convertidas en zonas peatonales. No sé quienes estaban más nerviosos; si padres o hijos. Los primeros tirando de experiencia y picaresca para recaudar un máximo de caramelos. Caramelos que luego no tendrán que comprar. Los segundos emulando a las mujeres de la tribu Kayan, estirando el cuello para poder ver a sus Reyes Magos. Algunos padres avispados ya venían equipados con una escalerilla.
Esto va a doler a más de uno; pero el caso es que la cabalgata barcelonesa fue cutre con "c" de "crisis". Ya he asistido a las dos grandes; la de Madrid y la de Barcelona. Gana la primera por goleada. Es lo que tienen las recalificaciones de terrenos a ojo, que las arcas del ayuntamiento da para carrozas Rolls-Royce y caramelos Mon Chéri. En Bcn eran tractores y los caramelos eran de los chinos.
Pero vayamos a lo que importa: los niños. Esta mañana no me han despertado ni los monos de mi patio, ni mi vecino pianista; lo hicieron los gritos y las risas de los hijos de la vecina. Debe de ser por el día que es hoy o porque, al fin y al cabo, soy una buena persona, pero esos ruidos no me han molestado. Incluso han dado a luz a una sincera sonrisa. Por la calle, se me cruzaban rapaces en bicicletas recién estrenadas. Balones del Barça recibían sus primeras patadas y coches teledirigidos fundían sus primeras pilas. Los ojos de esos enanos camuflados bajo bufandas, gorros y guantes transmitían una ilusión que nunca jamás volverán a encontrar.
Hoy es un día especial en el que a todos nos gustaría ser niño. En realidad todos lo somos tengamos la edad que tengamos. Lo único que distingue nuestro grado de infancia eterna, es la importancia que toman las barreras del mundo adulto en nuestra vida.
Todos somos niños, pero unos viven enjaulados y otros no.
Qué bonito ,)
RépondreSupprimerFrío, lluvia, empujones, bocas y ojos escupiendo confeti, pisadas, resbalones, moquillo, nervios, griterio, policias desagradables, petardos, pajes con la cara pintada de negro (me gustaría saber el motivo hoy en día), prisas........Pero entonces miras a tu alrededor, y ves a esos locos bajitos con la mejor sonrisa que podrán tener nunca y piensas," como me ha merecido la pena venir", pq los ves a ellos y te ves a ti y esas son la clase de cosas que no hay que olvidar nunca.
RépondreSupprimerFELICES REYES.