dimanche 9 mai 2010

Doctor en Diplomácia

Acabo de doctorarme en diplomacia. Siempre supe que era lo mío. Ya en el patio de recreo me dedicaba a separar a los niños que peleaban. Cuando dos amigos estaban mosqueados, les mentía contándoles que el otro le había defendido ante la profe, para que así se reconciliaran. En la cuna, no escupía las zanahorias que odiaba; las tragaba y esbozaba una ligera sonrisa. Me llamo David y mis apellidos son Políticamente y Correcto.



Hoy he presentado mi tesis doctoral y ya me pueden llamar "doctor". Llevo meses viviendo en casa del enemigo, en el epicentro del barcelonismo. Como lo dice Sting en la genial English Man In NewYork: "Soy un alien, un alien legal". Ninguna frase hubiese podido describir mejor como me he sentido esta noche. Era el gran día futbolero. El día en que se podía decidir la Liga; y yo, tal un kamikaze del imperio japonés, decidí adentrarme en un bar abarrotado de culés para presentar la prueba final.

El examen no podía empezar peor. Caminábamos por la calle, que ya había caído el primer gol de Messi. El Barça no podía ganar si el Madrid quería mantener la esperanza de llevarse la Liga. Entramos a un bar y ahí, sigue el calvario; otros dos goles ante un Sevilla apático. A mi alrededor, un fenómeno que nunca acabaré de entender: por qué un balón nos hace retroceder millones de años? por qué nos convertimos en cavernícolas en cuanto vemos unos tipos con medias agitarse? No voy a entrar en ese debate porque yo no soy la excepción. También soy un ser humano con su dosis de patetismo.

Un bar que emite fútbol - y un estadio - es el único lugar donde se toleran cantos racistas, xenófobos y homófobos entre otros. Sitios donde al contrario se le desea la muerte, una rotura de peroné, una gastroenteritis crónica o hasta la ablación de sus genitales.

Los minutos pasaban y yo resoplaba. Se metían conmigo, intentaban hacerme cantar en catalán y yo intentaba tragarme mi bilis y aguantaba estoicamente. La segunda parte llegó y con ella cesaron los cánticos; el Sevilla acababa de marcar dos goles y el Madrid le metía una paliza al Athletic. La tensión se mascaba en el bar. El miedo estaba conquistando cada ración de patatas bravas y yo apretaba mi Heineken hasta dañar mis dedicos.

Al final, no habría remontada sevillista y el Barça se acercaría aún más al título. Pero hay un título que yo ya tengo: Doctor en Diplomacia Balompédica. No sé qué salidas profesionales puede tener eso, pero por lo menos me permite ver un partido de fútbol esté donde esté.


ps: los cabreos de Valdés se merecen un post.

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