Lo oléis? lo sentís ? ese olor a azufre, ese olor a exámenes.
Se palpa en el aire una atmósfera de calma tensa; se masca la tensión. Son las últimas clases antes de nuestro internamiento en campos de trabajos forzados con wifi, también llamados “bibliotecas”. Algunos profesores apuran las últimas sesiones para acabar el temario; otros estiran los capítulos para que no se diga que el temario se ha quedado corto; y al fin, otros tienen menos ganas de dar clase que nosotros de seguirlas, entonces emulan a los maestros de escuela proponiendo clases relax pre-vacacionales. Solo les falta decir “en la próxima clase, cada uno traerá material para crear su propio belén de Navidad”.
Se nota que llegan los exámenes porque entre clase y clase, los alumnos se precipitan hacia la reprografía para fotocopiar páginas de “literatura académica” con el fin de incrementar la deforestación. A su vuelta a clase, llegan con el rostro serio, centrados en ser discretos, ni que esos documentos llevaran wikileaks de wikileaks (entiéndase las filtraciones de las filtraciones). Todos parecemos agentes secretos del MI6 tras haber derrabado unos documentos que podrían abortar los maquiavélicos planes de un malvado magnate ruso.
Yo noto que llegan los exámenes porque paso horas mirando al calendario, tratando de configurar mi blocus (en Bélgica, periodo de estudio pre-exámenes). Tantos días para tal asignatura, tener en cuenta navidad y nochevieja, tal concierto, tal partido. Después paso tantos o más minutos creando un bonito documento Excell que dominará mi habitación para las próximas semanas.
Noto que llegan los exámenes porque, como un piloto de avión, veo una zona de turbulencias llegar. Turbulencias físicas, sociales y anímicas. Pasaré horas bajo la luz artificial de la biblioteca del Raval. Horas inerte ante unos apuntes que bailarán la Macarena bajo mi mirada Montillana (desesperada). Me alimentaré mal, dormiré peor. Acabaré rendido, harto, probablemente con ganas de matar. Mi vida social se limitará a las miradas cruzadas con los demás estudiantes en mi viaje hacia el baño. El único alcohol que tomaré será el de los bombones “Mon chéri”, que otra vez me mandarán por las fiestas y otra vez los comeré con asco.
El apartado anímico será, otra vez, el más perjudicado. Me montaré una y otra vez al ascensor emocional con la música y Baudelaire como únicos estabilizadores. Espero que mi iPod no me abandone y que las Fleurs du Mal no se marchiten.

Se palpa en el aire una atmósfera de calma tensa; se masca la tensión. Son las últimas clases antes de nuestro internamiento en campos de trabajos forzados con wifi, también llamados “bibliotecas”. Algunos profesores apuran las últimas sesiones para acabar el temario; otros estiran los capítulos para que no se diga que el temario se ha quedado corto; y al fin, otros tienen menos ganas de dar clase que nosotros de seguirlas, entonces emulan a los maestros de escuela proponiendo clases relax pre-vacacionales. Solo les falta decir “en la próxima clase, cada uno traerá material para crear su propio belén de Navidad”.
Se nota que llegan los exámenes porque entre clase y clase, los alumnos se precipitan hacia la reprografía para fotocopiar páginas de “literatura académica” con el fin de incrementar la deforestación. A su vuelta a clase, llegan con el rostro serio, centrados en ser discretos, ni que esos documentos llevaran wikileaks de wikileaks (entiéndase las filtraciones de las filtraciones). Todos parecemos agentes secretos del MI6 tras haber derrabado unos documentos que podrían abortar los maquiavélicos planes de un malvado magnate ruso.
Yo noto que llegan los exámenes porque paso horas mirando al calendario, tratando de configurar mi blocus (en Bélgica, periodo de estudio pre-exámenes). Tantos días para tal asignatura, tener en cuenta navidad y nochevieja, tal concierto, tal partido. Después paso tantos o más minutos creando un bonito documento Excell que dominará mi habitación para las próximas semanas.
Noto que llegan los exámenes porque, como un piloto de avión, veo una zona de turbulencias llegar. Turbulencias físicas, sociales y anímicas. Pasaré horas bajo la luz artificial de la biblioteca del Raval. Horas inerte ante unos apuntes que bailarán la Macarena bajo mi mirada Montillana (desesperada). Me alimentaré mal, dormiré peor. Acabaré rendido, harto, probablemente con ganas de matar. Mi vida social se limitará a las miradas cruzadas con los demás estudiantes en mi viaje hacia el baño. El único alcohol que tomaré será el de los bombones “Mon chéri”, que otra vez me mandarán por las fiestas y otra vez los comeré con asco.
El apartado anímico será, otra vez, el más perjudicado. Me montaré una y otra vez al ascensor emocional con la música y Baudelaire como únicos estabilizadores. Espero que mi iPod no me abandone y que las Fleurs du Mal no se marchiten.

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