El primer momento. Me dispongo a cruzar Gran Vía por Passeig de Gracia. Estoy esperando que el semáforo pasara al verde cuando de repente se paran a mi altura tres chicos. De entre 25 y 30 años, los tres van de etiqueta. Smoking y repeinados. Todos cargan con fundas de instrumentos. Probablemente acaban de tocar en alguna sala cercana. Me inclino un poco y veo que los tres llevan una cerveza verde en sus respectivas manos. Uno de ellos la levanta y brinda con sus compañeros. En un perfecto inglés pero con cierto aroma eslavo, declara con satisfacción “señores, salud”. El semáforo está verde y allí se van. Me quedo un instante parado y me quedo pensando “qué señores, bravó!”. Músicos clásicos con la satisfacción del deber cumplido pintada en sus caras y compartiendo un merecido premio con sabor a malta.
Unas manzanas más al sur, paso por delante del edificio de Caja Madrid en plaza Catalunya. Veo una gran cantidad de personas sin fortuna esperando. Estas personas están acostumbradas a esperar, pero suelen esperar con la mirada perdida, sin objetivo, sin nada que esperar del tiempo ni de la vida. Pero aquí, esperan con un brillo en los ojos. Aguardan en fila, disciplinados pero con cierta excitación. Me pregunto qué pueden estar esperando. Remonto la cola y a la cabeza de esta, veo tres personas con bolsas de plástico. Reparten paquetes de aluminio; reparten bocadillos. Por lo visto no es algo puntual, se nota que entre los desafortunados de bolsillo y afortunados de corazón hay una relación ya duradera. Por segunda vez esta noche, “bravó”.
En estos días en los que estoy inmerso en el estudio de los fundamentos, las artimañas y los excesos del capitalismo más frío y despiadado, no está de más darse con este tipo de escenas.
Por que un paseo por Barcelona vale más que una entrada a Port Aventura. Cuánto lo echaba de menos.
Aucun commentaire:
Enregistrer un commentaire