Ya es primavera en el Corte Inglés y yo metido en la biblioteca. Unos profesores sin escrúpulos me tienen clavado a una silla. Estoy en la sala más grande la biblioteca. Situado al fondo de esta, una ingente cantidad de asientos y mesas se sitúan delante de mi. Acaba con mi perspectiva, una pared blanca. Pared blanca solo manchada por una puerta madera en su centro. No sé qué se encuentra detrás, pero mi interés por averiguarlo ira in crescendo según pasen los minutos.
El interés va aumentando porque esa puerta se está convirtiendo en un agujero negro de diosas. De cada diez ángeles que cruzan la sala, nueve acaban acariciando la manija y se meten ahí dentro. Qué hay tras esos escasos 7 centímetros de madera? Qué puede abducir semejante cantidad de ninfas.
La biblioteca, especialmente la de económicas, está habitualmente poblada de Rihannas y Sara Carboneros. Es decir, supuestas bellezas, supuestamente inteligentes y supuestamente atractivas (tanto "supuesto", suena a Gürtel). Ahí están ellas, con sus Blackberrys con funda rosa siliconada, sus vaqueros hormigonados, sus sweaters estampados con un "University of [introduzca aquí nombre de una ciudad guay que nunca ha visitado y pretenda haber estado ahí de Erasmus] y cara de "jo tía, tengo mogollón de curro pero mi vida es tan genial que no doy a basto, me quedan mil fotos que colgar en Tuenti".
Pero los rayos de luz que atraviesan esa nube tóxica de gloss y textil made in Bershka, son musas que descienden directamente del monte Parnaso. Naturalidad, frescura, aura sin artificios y belleza impoluta. Todas se desplazan con elegancia en un mismo sentido, como un rio de agua cristalina. Todas atraviesan esa puerta que a partir de ahora es mágica. Las niñas miran con recelo y envidia, mientras que las diosas no miran, reparten semillas de amor allá por donde sus pupilas aterrizan.
Basta de intriga. Me levanto y voy a traspasar esa maldita puerta. Quiero salir de una vez de este pozo de dudas. Dejo el portátil, los apuntes, mi botella de agua rellenada. Que se lo lleven todo los novios de las chonis. Me da igual todo. Camino con paso firme hacia la puerta madera. Destapemos el misterio; acabemos con esta deslumbrante obra. Poso mi mano sobre la manija, la giro; y...
El interés va aumentando porque esa puerta se está convirtiendo en un agujero negro de diosas. De cada diez ángeles que cruzan la sala, nueve acaban acariciando la manija y se meten ahí dentro. Qué hay tras esos escasos 7 centímetros de madera? Qué puede abducir semejante cantidad de ninfas.
La biblioteca, especialmente la de económicas, está habitualmente poblada de Rihannas y Sara Carboneros. Es decir, supuestas bellezas, supuestamente inteligentes y supuestamente atractivas (tanto "supuesto", suena a Gürtel). Ahí están ellas, con sus Blackberrys con funda rosa siliconada, sus vaqueros hormigonados, sus sweaters estampados con un "University of [introduzca aquí nombre de una ciudad guay que nunca ha visitado y pretenda haber estado ahí de Erasmus] y cara de "jo tía, tengo mogollón de curro pero mi vida es tan genial que no doy a basto, me quedan mil fotos que colgar en Tuenti".
Pero los rayos de luz que atraviesan esa nube tóxica de gloss y textil made in Bershka, son musas que descienden directamente del monte Parnaso. Naturalidad, frescura, aura sin artificios y belleza impoluta. Todas se desplazan con elegancia en un mismo sentido, como un rio de agua cristalina. Todas atraviesan esa puerta que a partir de ahora es mágica. Las niñas miran con recelo y envidia, mientras que las diosas no miran, reparten semillas de amor allá por donde sus pupilas aterrizan.
Basta de intriga. Me levanto y voy a traspasar esa maldita puerta. Quiero salir de una vez de este pozo de dudas. Dejo el portátil, los apuntes, mi botella de agua rellenada. Que se lo lleven todo los novios de las chonis. Me da igual todo. Camino con paso firme hacia la puerta madera. Destapemos el misterio; acabemos con esta deslumbrante obra. Poso mi mano sobre la manija, la giro; y...

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